El Año Jubilar nos ofrece la gracia de acrecentar y fortalecer la corresponsabilidad de todos los que pertenecemos a esta Iglesia diocesana en su vida y misión, cada uno según su vocación, ministerio y carismas que ha recibido (episcopal, presbiteral, diaconal, vida consagrada, matrimonial y laical), acogiéndonos fraternalmente para caminar juntos (sinodalidad) al servicio de la misión de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón.
Nuestra Iglesia diocesana no existe para sí misma, sino para la misión. Ha sido convocada para ser enviada a evangelizar. La evangelización es su dicha, vocación e identidad más profunda. La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). El Señor nos manda dos cosas: “Id” y “haced”. Hemos de salir con una finalidad bien precisa: Hacer discípulos del Señor mediante el anuncio, el bautismo y una vida conforme a lo que Jesús ha enseñado y mandado. Estamos llamados a ponernos en estado de misión y comprometernos en el anuncio del Evangelio, que lleve al encuentro personal con Jesucristo y da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.
El Señor nos envía a salir a todos los ambientes en que se mueven y trabajan los hombres y mujeres de hoy para llevar la alegría del Evangelio, que cura y sana las heridas, libera y salva, transforma a las personas y las estructuras. La Buena Noticia es para todos; nadie está excluido. Todas las personas son destinatarias del Evangelio. Esto hay que tenerlo presente en la vida individual, familiar, laboral, social, cultural o pública; en la vida parroquial y en la tarea pastoral ordinaria, que se realiza en las comunidades cristianas, para que lleguen a ser verdaderas comunidades de discípulos misioneros del Señor
Para salir a la misión, hemos de abrir nuestros corazones a una nueva efusión del Espíritu Santo, que nos enseña, renueva, fortalece y alienta a la misión. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia en su vida y en su misión. Él es el Maestro interior, que nos enseña a escuchar la voz del Resucitado, a seguirlo y a ser sus discípulos misioneros. Él es la memoria viviente de Jesús en la Iglesia, que recuerda y actualiza todo lo que Él dijo e hizo. El Espíritu Santo nos guía “hasta la verdad plena” (Jn 16, 13) y nos introduce en la verdad y en la belleza del evento de la salvación, la muerte y la resurrección de Jesús, como la expresión suprema del amor de Dios. Y esta realidad se convierte en Buena Noticia que ha de ser anunciada a todos.
Necesitamos pasar de una mera pastoral conformista a una pastoral de la misión para que Jesucristo y su Evangelio lleguen a todos -comenzando por los bautizados- y a todos los ámbitos de la vida y de la sociedad. Es el momento de superar la rutina, la inercia, la tibieza, el anquilosamiento, los miedos y desalientos. Esto presupone siempre la conversión personal y la renovación espiritual de pastores, catequistas, profesores de religión, padres y familias cristianas y fieles, en general. Sólo así podremos ser evangelizadores con Espíritu.